18 septiembre 2005

Urbanidad

Cuando voy paseando por la calle, voy sorteando las basuras. No hay huelga de basureros, ni mucho menos. Es Domingo por la mañana, pero puedo ver a uno de ellos escoba en ristre, limpiando los restos de una noche movidita. Pero las basuras, las bolsas de basura de todos los colores, no son recuerdo de adolcescentes adictos al botellón, sino regalos que señoras y señores hechos y derechos dejan en medio de la acera.

Cuando uno no se siente copropietario de la calle, sino su dueño vandálico, no le cabe en la cabeza que tenga que velar por el buen estado de la misma como si se tratase del pasillo de su casa. Ése dejar caer el papelito, ése tirar la lata vacia, ése abandonar en cualquier lado la bolsa de la basura sin importar la hora del día o de la noche. Todos esos comportamientos muestran la falta de educación ciudadana, lo que antíguamente se llamaba urbanidad.

Ahora está muy de moda el enseñar a ser tolerantes, abiertos de mente, democráticos y hasta metrosexuales, pero nadie enseña ya desde niño a ser buen ciudadano. Parece algo antiguo, carca y hasta poco respetuoso con la santa voluntad de los que deciden ir engorrinando las calles. ¡No vayamos a molestar a alguien si le indicamos que el suelo no es el sitio adecuado para dejar el envoltorio del bollicao que se acaba de tragar!

Por supuesto que las administraciones, en mi caso el Ayuntamiento de Madrid, deben ser las que nos faciliten a los ciudadanos (que para eso pagamos) la labor de mantener límpias las calles, dotándo los barrios de los correspondientes contenedores de colorines. Pero todo eso, más el mantener una armada de barrenderos, no sirve de nada si la señora o el señor de turno se piensan que el contenedor azul dedicado al papel es el punto ideal para abandonar la ropa usada, la basura diaria o alguna silla con la pata rota. Así, lo que en teoría sirve para separar y reciclar los desperdicios, se convierte en un lugar de acumulación de porquerías. ¿Tanto cuesta esperar y tirar las cosas en su lugar correspondiente? Claro que es más fácil abandonar nuestros residuos en la primera esquina que nos convenga, pero el ayudar a mantener las calles de la ciudad donde vivimos limpias es, sin duda alguna, el mejor medidor de que vivimos en un país civilizado.





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