10 enero 2012

Mediterránea

Leo, con retraso, en mi revista gratuita preferida (que no es otra que MiVino) que el vino ha sido expulsado de la pirámide de la dieta mediterránea. ¿Comorl? Pues sí. La pirámide de marras no está hecha por los egipcios (que también eran y son mediterráneos), sino por la Fundación Dieta Mediterránea, una de esas entidades misteriosas semi-públicas, dependiente de lo que antes se llamaba (más acertadamente, creo yo) Ministerio de Agricultura y Pesca.

¿Es que los arqueólogos han descubierto que lo que los fenicios, griegos, cretenses, íberos, etruscos, romanos, cartaginenses, venecianos o bizantinos se echaban al coleto era leche de soja y no el dulce nectar de la vid? No hijo, no. Es que resulta que ahora hay que buscar un consenso mundial y resulta que en muchos países mediterraneos este componente de la dieta mediterranea (con perdón de la reiteración) está prohibida por la religión. Da igual que Ulises se pusiese ciego con vino de Creta cientos de años antes de que Mahoma naciese. No importa, lo que cuenta es no molestar.

Claro que no deja de ser un poco curioso que desde este ministerio se ponga la zancadilla a un sector tan estratégico y que tanto aporta a la economía española como es el del vino. No es solo que nuestros vinos lleven la Marca España por todo el mundo y que sean de los pocos productos que podemos pasear con orgullo en cualquier lado, compitiendo como iguales con franceses o italianos. Lo fundamental aquí y ahora es el empleo, claro. ¿Cuantos cientos de miles de puestos de trabajo dependen del mundo del vino en España? Muchos. Entonces, ¿habrá que apoyar a muerte a este sector, contra todos y contra todo o habrá que templar gaitas con gente que nunca van a ser clientes nuestros, que de hecho, torpedean este producto?

Pues lo siento por ellos, por los musulmanes, por los laicos y por los cristianos blandos de espíritu. El vino es tan mediterráneo como la canción de Serrat o las medusas que cada año me pican. Miles de años antes de que Mahoma se fuese de La Meca a Medina (o al revés, que nunca me acuerdo), los soldados griegos que asediaban Troya ya se consolaban con un trago de vinillo, un mendrugo de pan, alguna aceituna y un cacho de queso. Lo demás, como dijo el poeta, son pamplinas.