29 noviembre 2011

¡Indignado!

Cuando ya pensaba que mi indignación con las pequeñas miserias de la vida en Almería había alcanzado su cénit y que ya nada me podría sorprender, un nuevo episodio contribuye a reforzar lo que ya es un axioma indestructible en mi vida: la gente es idiota, y si es funcionaria, vaga.

Como buena persona y mejor ciudadano que soy (y sin abuelas) me dirijo a la biblioteca municipal más cercana a mi casa (o sea, la única que hay) para hacer donación de material (o sea, darles un libro). Con mi hojita de donación cumplimentada (o sea, el papeleo ante todo) y mis tres libros nuevecitos bajo el brazo (la entretenida aunque algo insulsa trilogía de Las Crónicas del Mago Negro, de Trudi Canavan) entro en la biblioteca con la alegría de saber que estoy haciendo algo desinteresado (no, el que no tenga sitio material para poner libros en casa no empaña mi, ejem, idealismo) lo cual me proporcionará toneladas de buen karma y mejor rollo.

Después de marearme un poco entre mostradores (lógico, son funcionarios y estaban ocupadísimos contándose las anecdotas del fin de semana), por fin dejo en el lugar adecuado libros y documento, mientras hago el ademán de salir por la puerta y seguir con mi vida. Craso error. El funcionario en cuestión (bedel, conserje, portero, auxiliar, carcelero...) me dice: NO. No puedo dejar así como así unos libros en una biblioteca, faltaría más. Con cierta retranca me informa de que PRIMERO he de dejar el formulario correspondiente, especificando todo lo especificable, SEGUNDO la directora o la autoridad (civil) oportuna estudiaría mi petición de donación, teniendo en cuenta ocasión, disponibilidad de espacio... si le gustaba la portada o yo que sé, y TERCERO me avisarían por conducto (reglamentario) para que yo fuese otra vez a la biblioteca con los libros y ellos condescendieran en aceptar mi donación.

Manda huevos. En ese momento la adrenalina me empezó a salir por las orejas, rompí el formulario de los cojons en pedacitos y pensé seriamente en meterle los libros al funcionario por la boca, las orejas y otros orificios corporales. Reglamento, las narices. En vez de darme las gracias y facilitarme la tarea de hacer una donación de libros, que no es que yo pidiera que me pusieran una estatua en la entrada, vamos, apelando al dichoso reglamento, a las estúpidas normas y al jodido protocolo, me sugieren que me vuelva con los libros a mi casa para que en uno o dos meses vuelva otra vez a ver si quieren los libros. Y una mierda. Antes los doy en bookcrossing, los reciclo en confeti o se los llevo a algún colegio de monjitas del extranjero que siempre están pidiendo donaciones y que rezan una novena por tu alma, además de darte efusivamente las gracias.

Y eso es el funcionariado de Almería y de Andalucía en general, señoras y señores. Una panda de inútiles, con pocas ganas de trabajar y con menos ganas de atender a los ciudadanos. Una recua de apalancados que se escudan en reglamentos absurdos para no pegar palo al agua. Que rechazan hasta que les facilites las cosas, no vaya a ser que alguien se de cuenta de que sobran. ¿Y esos son los que piden que nos solidaricemos con ellos? ¿Los que clamában hace meses por el empleo público? Anda y que les ondulen. Tentado estoy de volver a la biblioteca a decir que quiero donarles un millón de euros. Tranquilos, que seguro que me dicen que rellene un formulario y que ya me avisarán si les interesa.