23 octubre 2005

Calles de Madrid (II)

Mañana de Sábado en un mercado de Madrid. Un sitio complicado si tienes que ir a hacer la compra para todo el fin de semana, eres hombre y aún no llegas a los 50 años. No te toman en serio. Las señoras se cuelan delante tuya en el puesto de los pollos con la excusa de que tienen que ir a recoger la ropa tendida, que va a empezar a llover.¿Cómo responder a tan contundente argumento?

Personalmente me da igual, ya que pertenezco a ese escaso porcentaje de hombres a los que les gusta hacer la compra diaria. No solamente ir a comprar delicatessen, sino a comprar la carne, las verduras, la fruta y el jabón de la lavadora. No me importa bajar cada día al mercado, pasar por el super y entrar en Valle Olid, la mejor pastelería del barrio, a comprar el pan y cuarto de kilo de buñuelos y huesos de santo. Casi me apetece bajar y enseñar a todos mi super-nuevo y cuquimoderno carrito de la compra, el más mono del barrio con diferencia y objeto de envidia por parte de tod@s en el Mercado.


Pero aunque la experiencia del Sábado por la mañana sea impactante, lo cierto es que no dejo de pensar que es en sitios así donde se "hace" el barrio. La conversación entre los que compran y los que venden, los que esperamos y los que se saludan. Allí es donde la vida de un barrio cobra su máxima expresión. El conocer y preocuparse, aunque sea circustancialmente, por la vida de tus vecinos hace que la gente se sienta parte de un todo, de un organismo cuasi vivo llamado "barrio", el cual a su vez forma parte de la "ciudad".

Las calles de Madrid conforman sus barrios, que a su vez conforman la ciudad misma. Los ciudadanos nos formamos en las calles de nuestros barrios, de nuestras ciudades. Ahí es donde aprendemos el difícil arte de la convivencia. El equilibrio entre ser parte de una comunidad y el ansia individual de intimidad. Eso solamente se aprende si vives en una ciudad, en un barrio, en calles de verdad con mercados, con tiendas, con bares y con gente que vive allí mismo y no únicamente está de paso. En los grandes centros comerciales también puedes encontrar multitud de personas y muchas tiendas, pero nadie vive allí. Cuando llega la hora de cerrar todos huyen de esas avenidas artificiales. No hay gatos paseando por la noche ni investigando por los rincones. Malo es el sitio que no interesa investigar a los gatos.

En Valle Olid, en la mejor pastelería del barrio, la señora que llevaba el negocio ahora necesita usar andador, fruto de una rotura de cadera el invierno pasado. Es su hijo el que ahora regenta la tienda. Casi cada cliente pregunta por ella. Nunca he sabido su nombre con exactitud (¿Pilar?), pero desde que tengo uso de razón la recuerdo atendiendo la tienda y anudando los paquetes de pasteles con una habilidad desconcertante. Charlaba siembre animadamente con mi tía abuela sobre la masa de los hojaldres para los bolovanes, que si había que usar de manteca de cerdo o mantequílla. No recuerdo (¿Emilia?) su nombre, pero es como si fuera una tía lejana a la que vas a ver para que te regale pasteles.

Por desgracia, todas esas cosas se irán perdiendo si el modo de vida gringo, las grandes urbanizaciones, los centros comerciales, los consumidores en vez de ciudadanos, se termina extendiendo por el mundo. Sería muy triste que las calles se vaciasen de gente y que los sábados por la mañana no hubiese gente comprando en los mercados y preguntando cómo estamos. Afortunadamente aún tenemos mercados, pero es labor nuestra darnos cuenta de lo que tenemos y de lo que podemos perder. ¡Todo el mundo a la calle!

1 comentario:

Citopensis dijo...

Por eso Pinto es tan chachi, aquí nos conocemos todos, no hay nunca pescado malo porque mi madre hará la "mirada del tigre" al "pescatero" en el caso de que así sea.
El pan sabe a años pasados y al salir a pasear debes reservarte unos cuantos saludos para "el señor con bigote que conoce mi padre" o la "mujer de ojos saltones que también compra en la charcutería".
No hay que pedir la vez para comprar un buen paseo.