01 julio 2007

Niebla

La atmósfera neblinosa de Lima quizás no tiene la literatura de otras similares como la de Londres, pero puedo asegurar que es igual de incómoda y deprimente. Siendo Perú como es un país precioso, lleno de contrastes y bellezas naturales, su capital es una ciudad fea sin paliativos. A un clima deprimente y una situación más bien insulsas, se les unen el caos urbanístico y de tráfico. Conducir en esta ciudad es un deporte de riesgo que practican a diario los cientos, miles o cientos de miles de taxistas, oficiales o informales, que abarrotan las calles limeñas. A las miriadas de taxis les acompañan millones, por lo menos, de colectivos (autobuses) que tienen por costumbre detenerse en cualquier parte donde oteen un posible viajero. Y es que esos colectivos son privados, con una licencia (o no) municipal que les habilita para ir a la caza y captura de pasajeros. La competencia por captar clientes es feroz; los adelantamientos y frenazos se suceden; los accidentes también, claro. Una vez me contaba un taxista (iba yo en un "Tiko", un popular modelo de Daewoo en Lima), al ver mi cara de horror tras ignorar las señales que una policía nos hacía para detenernos en un cruce, que la única manera para no chocar era precisamente no atender a las indicaciones de los guardias de tráfico. De hecho, como he podido comprobar después, ningún coche hace caso de los policías, y quizás por eso no hay más accidentes, porque todos conocen esa regla no escrita.

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