Después de las fiestas navideñas me quedó un mal cuerpo que pensé en principio que era la famosa
Gripe Madrileña (sí, es cierto, los madrileños tenemos una gripe propia, somos así de chulos), pero afortunadamente sólo fue cansancio y un poco de resaca. Es que el Día de Reyes deja a los Reyes (claro) y a los padres para el arrastre; normal que SS.MM. sólo trabajen una noche al año: dos, sería imposible.
Justo durante la Cabalgata de Reyes vi una de esas imágenes que hacen que mi fe en la raza humana disminuya: una señora de unos cincuenta años, sosteniendo un paraguas al revés para intentar recoger la mayor cantidad de caramelos de los que se lanzaban desde las carrozas, todo esto mientras empujaba (a niños pequeños) y gritaba como una loca "¡AQUIIIIIIIIIIIII, AQUIIIIIIIIIIIIIII!". ¿Cómo es posible que una persona humana pierda así el oremus por unos caramelos que cuestan a euro el kilo? Juro que el próximo año me llevaré veinte kilos de caramelos en bolsas de medio, para lanzarlas cual granadas de mano contra las/os señoras/es, a fin de conseguir que mi hijo pueda ver a los Reyes sin el peligro de que un/a loco/a lo aplaste/a.
Entre esta experiencia y la de ver cómo los reporteros de televisión intentaban a toda costa captar cómo alguna persona en Barajas pegaba, insultaba a alguien o al menos se echaba a llorar, mis fiestas no me dejaron buen sabor de boca, no señor.